29 de
noviembre. Por poner un día cualquiera,
el 4 de abril también podría valer. ¿Una hora? Las cinco y media de la tarde.
Abrió su armario en busca de algo que estaba allí guardado: una caja. La caja
que con más cariño y cuidado había guardado nunca. Dentro de la caja, algo tan
simple como un regalo. Pero no un regalo como los que trae Papá Noel, sino un
regalo de verdad. Algo que no es simplemente una cosa material, con un precio.
Algo que, aunque tenga precio, vale más que eso, y no se puede comprar. Eso es
un regalo, y allí guardado había uno. Obviamente era un regalo que él iba a dar
a alguien. A alguien especial. No todos los regalos se guardan con igual mimo,
y este había sido cuidadosamente conservado y preparado. Cogió la caja, la
guardó en una bolsa para cubrirla y transportarla y salió de casa.
Seis menos cuarto. Allí estaba
ella. Iba a dar un pequeño concierto, tocaba la guitarra, y le dijo que fuera a
verla. Él tenía poco interés en el concierto. Realmente, a él lo que le
importaba era lo que pasaría después del concierto. En su mano izquierda, la
bolsa con la caja dentro. No obstante, como aficionado a la música, disfrutó
del concierto y aplaudió cada nota que salía de las cuerdas de la guitarra y de
los dedos de ella. A cada canción que pasaba crecían sus nervios. Se acercaba
el final. Ese final que deseaba en igual medida que miedo le tenía, mezcla de
sentimientos provocada por esa pugna que aparece siempre en los humanos entre
las ganas de descubrir y de conocer y el conocimiento de que la sabiduría, la
inteligencia y la verdad pueden provocar infelicidad y sufrimiento. Sin
embargo, tarde o temprano todo llega. Todo. Era la última canción.
Sonó la última nota. Todo el
público rompió en aplausos, y los músicos saludaron, incluido ella. Dejó la
guitarra y comenzó a recoger. Su madre, allí presente, le ayudó en esa tarea. Mientras, él tenía
mariposas en el estómago, un nudo en la garganta, y todo aquello que pudiera
atribuirse a los nervios provocados por el amor. Ella acabó de recoger, y él se
acercó para abrazarla. Se acercó, y con cuidado, pues llevaba la bolsa en su
mano derecha, la abrazó cariñosamente.
-
-Tengo algo para ti.
- - Lo sé – dijo sonriendo.
- - Vamos fuera. Aquí hay mucha gente – dijo él,
sonriendo también.
Salieron fuera, y sintiéndolo mucho,
un servidor no encuentra palabras para describir los nervios de él. Ella, sin
embargo, fría pero sonriente, ajena a todo por lo que él estaba pasando,
mantenía su sonrisa y la alegría de alguien que no se preocupa demasiado por
cosas que merecen poco la pena. Los nervios casi le impedían articular un
“toma, para ti”. No obstante, él hizo lo que pudo, ella hizo por entender, y él
la ofreció su regalo. Ella lo sacó de la bolsa con cuidado, y vio la caja.
“Ábrelo”, se oyó balbucear. Ella le hizo caso, y dentro estaba su regalo. Unas
baquetas (ella estaba aprendiendo a tocar la batería, como él), con su nombre y
una frase de su canción favorita serigrafiados; unas golosinas, que le
encantaban y una carta escrita con todo el cariño del mundo, dentro de una caja
acolchada con algodón. Seguramente no le habrían hecho ningún regalo igual en
su vida. Se hizo el silencio. Le miró. La miró. Pasaron unos segundos…
“Muchísimas gracias”. Le abrazó fuertemente. Le volvió a mirar. “Me tengo que
ir. Me están esperando. Muchísimas gracias, de verdad”. Le abrazó otra vez, le
dio un beso en la mejilla y se marchó.
Él la vio marcharse, con esos
andares que tan poco se parecían a los de una modelo, casi con lágrimas en los
ojos. La quería. Sin duda alguna la quería. “Nadie se puede resistir a detalles
como ese”, le decían. “Es más fría que un carámbano”, contestaba. “Sé
valiente”, le decían. “Ojalá fuera tan sencillo”, contestaba. “Sé optimista”,
le decían también. “Soy realista”, él volvía a contestar.
Se guardó las manos en los
bolsillos. Ya no tenía nada que llevar en las manos. Volvió a su casa, con esa
sensación que ya conocía, y que hace unos días esperaba que sentiría en ese
momento: La sensación de que su esfuerzo, su cariño y la inversión de su tiempo
por una persona no iba a dar ningún resultado. La opinión de la mayoría
respecto a ese pensamiento era contraria. No obstante, él, una vez más, volvía
a tener razón.